ONG y polarización: cómo reconstruir confianza en una sociedad dividida
El papel de las organizaciones sociales ante un clima de desconfianza y ruido
Siete de cada diez personas en España están convencidas de que las organizaciones sociales pueden jugar un papel clave en la despolarización del país. Es un dato esperanzador: en medio del ruido, las ONG siguen apareciendo como un posible punto de apoyo para recomponer la conversación pública.
Sin embargo, la fotografía es más ambivalente. En los últimos años, las ONG han perdido parte de su capital reputacional en un contexto de desgaste generalizado: instituciones políticas cuestionadas, medios de comunicación bajo sospecha y una ciudadanía que alterna entre la indignación y el cansancio.
Es precisamente en este cruce de caminos donde se sitúa nuestro último Desayuno AEFr, «El papel de las ONG ante la polarización», que organizamos en Madrid y Barcelona en exclusiva para nuestros asociados. A partir de la investigación de More in Common y de las experiencias que compartieron organizaciones como Cáritas, porCausa, Amnistía Internacional y Oxfam Intermón, nos propusimos explorar qué papel puede jugar el tercer sector en un clima de división creciente y qué cambios internos necesita para no alimentar esa dinámica.
Las sesiones contaron con la participación de Luis Aguado (More in Common), Ana Gómez Pérez-Nievas (periodista especializada en derechos humanos), Daniel Rodríguez de Blas (Fundación FOESSA / Cáritas Española), Julia Delfini (Fundación porCausa) y Rodrigo Barahona (Oxfam), que aportaron miradas complementarias desde la investigación, la comunicación, la acción social y las narrativas.
Qué entendemos por polarización
Antes de hablar del papel de las ONG, conviene aclarar de qué estamos hablando cuando hablamos de polarización.
En términos generales, hablamos de polarización cuando las posiciones políticas, sociales o culturales de distintos grupos se alejan entre sí hasta formar dos bloques opuestos, con poca disposición a escucharse o a reconocer zonas comunes. No es solo desacuerdo —normal y sano en una democracia—, sino un desacuerdo que se vuelve más extremo, simplificado y cargado de desconfianza hacia quienes piensan distinto.
La polarización puede adoptar muchas formas, pero en el contexto actual destacan tres dimensiones que ayudan a entender el momento que vivimos:
-
Polarización ideológica: aumenta la distancia entre posiciones en temas como fiscalidad, derechos sociales, modelo de Estado o políticas de migración.
-
Polarización afectiva: no solo discrepamos, sino que cada vez nos caen peor quienes no piensan como nosotros; crecen el recelo, la desconfianza y, en algunos casos, la hostilidad.
-
Polarización informativa y mediática: consumimos información en entornos cada vez más homogéneos, desconfiamos de las fuentes del “otro bando” y se premian los contenidos que generan choque e indignación.
Si algo muestran los datos de la encuesta que compartió con nosotros More in Common (y que pronto harán pública) es que en España la polarización ideológica es alta y el eje izquierda-derecha sigue siendo una línea de fractura potente. Pero quedarse ahí sería quedarse en la superficie. La polarización que vivimos es también emocional y relacional: afecta a cómo miramos al vecino, al votante del otro partido, a la persona migrante o a las entidades que intervienen en el espacio público.
A todo ello se suma un entorno mediático y digital donde redes sociales y determinados formatos de comunicación contribuyen a amplificar el conflicto. Crece la sensación de saturación y aumenta la evitación informativa: cada vez más gente deja de seguir la actualidad porque le genera malestar, lo que abre aún más espacio a la desinformación y a los bulos. En ese terreno resbaladizo, las ONG se mueven con una doble dificultad: necesitan informar y movilizar, pero lo hacen en un momento de desconfianza creciente hacia los mensajes públicos.
Pese a todo, no estamos ante una sociedad al borde de la ruptura. En el Desayuno se insistió en que existen más consensos de los que sugiere el ruido: hay espacios de acuerdo, también en temas delicados, que rara vez ocupan titulares. La cuestión no es solo cuán dividida está la sociedad, sino qué tipo de polarización se amplifica y a través de qué narrativas.
Lo que se escuchó en Madrid: malestar, individualismo y pérdida de comunidad
En la sesión celebrada en Madrid afloraron varios hilos que ayudan a entender cómo se encarna la polarización en la vida cotidiana.
Por un lado, el impacto de los discursos de odio. Daniel Rodríguez de Blas, investigador y técnico del Equipo de Estudios de Fundación FOESSA / Cáritas Española, relató cómo los usuarios se sienten cada vez más estigmatizados: se les señala en redes sociales, en tertulias o en conversaciones informales, se cuestiona su derecho a recibir apoyo o incluso su dignidad básica. Este clima no solo daña a las personas en situación de vulnerabilidad, también dificulta el trabajo de las entidades que las acompañan.
A ello se suma una narrativa muy presente en determinados sectores: el individualismo y la meritocracia como explicaciones totales de la realidad. Si solo importan el esfuerzo personal y el mérito, quienes se quedan atrás aparecen como responsables únicos de su situación. Esa mirada revictimiza a quienes ya viven en los márgenes. Los datos, sin embargo, cuentan otra cosa: muchas personas en riesgo de exclusión tienen empleo, pero aun así viven en pobreza. El sistema les está fallando.
El contexto económico añade otra capa de tensión. Los indicadores macroeconómicos apuntan a cierta bonanza, pero esa mejora no llega a buena parte de los hogares. Esa desconexión alimenta la incertidumbre y el repliegue: si no percibo mejoras, me cierro sobre mi entorno más cercano y desconfío del resto. Surgen identidades excluyentes y nos acostumbramos a mirar al otro con sospecha.
Todo esto ocurre, además, en un paisaje informativo saturado. El viejo mantra de «el dato mata al relato» ya no funciona. A escala global, alrededor de cuatro de cada diez personas (39 %) dicen que evitan a veces u a menudo las noticias —diez puntos más que en 2017—, y España figura entre los países donde esta fatiga informativa es más acusada, según el Digital News Report 2024 del Instituto Reuters. Los relatos simplificadores se imponen sobre los matices; la emoción se impone al argumento. No basta con tener buenas cifras de impacto, hay que ser capaces de traducirlas en historias que conecten con valores compartidos y no se perciban como propaganda.
Las intervenciones en Madrid apuntaron también a un reto muy concreto para las ONG: el lenguaje. Con determinados públicos, el uso de términos técnicos se convierte en una barrera más. Hablar en jerga institucional o en clave excesivamente especializada aleja, en vez de acercar. Es necesario construir mensajes sencillos –que no simples– que generen comprensión y confianza.
La conversación dejó otra idea relevante: la relación entre diversidad y polarización. Cuanto menos diversa es la red de amistades y contactos de una persona, más probable es que se alimente la polarización. Vivir rodeados de gente que piensa, vota y consume medios como nosotros refuerza la sensación de que «los otros» son una anomalía o una amenaza.
Finalmente, se resaltó que algunos de los temas que más polarizan –como la migración– son precisamente aquellos sobre los que las ONG deberían hablar más, no menos. Evitarlos por miedo al conflicto no reduce la polarización; simplemente deja el campo libre a otros relatos.

Desayuno El papel de las ONG frente a la polarización en Madrid
Las aportaciones desde Barcelona: relatos, periodismo y trabajo en red
En Barcelona, buena parte del debate se centró en el papel del periodismo y de la comunicación en la polarización y la despolarización.
Desde la Fundación porCausa, Julia Delfini subrayó que los medios tienen un enorme poder a la hora de definir marcos: decidir qué historias se cuentan, cuáles se dejan fuera y desde qué enfoque se narran. En un entorno dominado por el clickbait, se premian los contenidos que generan choque y reacción inmediata; los espacios de debate pausado y matizado pierden terreno frente al consumo rápido. Esa lógica favorece la polarización porque nos acostumbra a relatos binarios y a titulares que buscan la indignación.
Otra idea relevante fue la mezcla casi constante entre información, opinión y emoción, muchas veces sin tiempo para pensar. Cuando consumimos contenidos que apelan directamente a la indignación, sin contexto ni pausa, aumentan la crispación y la sensación de agravio, no la comprensión.
Frente a esto, se planteó una hipótesis sugerente: los valores están por encima de la ideología. En palabras de Luis Aguado, es posible construir relatos que conecten con valores compartidos –dignidad, justicia, seguridad, cuidado, pertenencia– incluso entre personas que se sitúan en posiciones ideológicas distintas. Ese enfoque abre una puerta para las ONG, que pueden apoyarse más en esos valores que en la alineación con un bloque político concreto.
Otro punto clave fue la importancia del trabajo en red. Rodrigo Barahona, de Oxfam, insistió en que trabajar en red permite incorporar otras miradas, matizar opiniones y reducir la tentación de irse a los extremos. Construir alianzas entre organizaciones sociales y periodismo independiente permite contrastar sesgos, enriquecer las narrativas e introducir matices que desactivan parte del clima de “todo o nada”.
Por último, se planteó la necesidad de revisar la narrativa clásica del héroe en las campañas: esa figura salvadora que actúa sobre personas representadas como completamente pasivas. Aunque busca movilizar, este enfoque puede reproducir desequilibrios de poder y dejar fuera la agencia de quienes viven las situaciones de vulnerabilidad. Si queremos construir pertenencia a largo plazo, necesitamos relatos donde las personas no sean solo receptoras de ayuda, sino protagonistas de la transformación.

Desayuno El papel de las ONG frente a la polarización en Barcelona
Claves para las ONG: cómo no alimentar la polarización
Si algo quedó claro en ambos desayunos es que las ONG no son espectadoras neutras del clima de polarización: forman parte del escenario que lo puede agravar… o ayudar a desactivarlo. La buena noticia es que hay margen de maniobra. Estas son algunas de las claves que surgieron en el debate y que pueden orientar el trabajo del sector.
1. Partir de valores compartidos, no de trincheras
Muchas de las personas que se sienten lejos de “las ONG” comparten, sin embargo, valores de fondo: preocupación por el futuro de sus hijos, deseo de seguridad, rechazo a la injusticia, necesidad de pertenencia.
En lugar de hablar desde la lógica de bloques, conviene buscar los valores comunes que pueden resonar a ambos lados del espectro político y anclar ahí los mensajes. No se trata de diluir principios, sino de partir de lo que nos une antes de explicar lo que nos diferencia.
2. Hablar de los temas difíciles… con otro lenguaje
Migración, pobreza, vivienda, violencia de género, cambio climático: muchos de los grandes temas del trabajo social están hoy atravesados por narrativas polarizadoras. Si las ONG no hablan de estos temas, otros lo harán por ellas.
-
Nombrar los problemas y los conflictos, sin esquivarlos.
-
Evitar tanto el lenguaje edulcorado como el marco catastrofista permanente que solo refuerza el miedo y el cansancio.
-
Anticipar objeciones y miedos legítimos en lugar de caricaturizarlos o ridiculizarlos.
La clave es sostener la conversación en vez de darla por perdida de antemano.
3. De la jerga técnica a la claridad que genera confianza
En el encuentro se insistió en algo que no es nuevo, aunque a veces incomoda como sector: parte del lenguaje que utilizamos resulta opaco o distante para buena parte de la ciudadanía.
-
Términos como “inclusión social” o “intervención comunitaria” pueden tener sentido en un informe técnico, pero no necesariamente en una campaña.
-
La acumulación de siglas, programas y conceptos especializados levanta un muro donde debería haber un puente.
Traducir los tecnicismos a frases claras y concretas, poner ejemplos cotidianos y preguntarse siempre “¿esto lo entendería alguien que no trabaja en el sector?” son maneras sencillas de construir confianza. Apostar por la comunicación clara es también una forma de respeto.
4. De héroes aislados a comunidad y alianzas
La narrativa clásica de muchas campañas –un héroe que salva a víctimas pasivas– funciona a corto plazo, pero tiene efectos secundarios: refuerza la idea de que unas personas “salvan” y otras solo “reciben”, deja poco espacio para la agencia y la voz de quienes viven las situaciones de vulnerabilidad y encaja demasiado bien con discursos polarizadores que utilizan a determinados colectivos como símbolo o arma arrojadiza.
Frente a esa lógica, las ONG pueden reforzar un “nosotras y nosotros” más amplio, donde quepan más biografías y más matices. Eso implica:
-
Contar historias donde las personas sean protagonistas de su propio cambio, no solo destinatarias de ayuda.
-
Mostrar procesos colectivos, redes de apoyo y alianzas locales.
-
Tejer comunidad en tiempos de repliegue, aprovechando proyectos, voluntariado y actividades como lugares de encuentro entre personas distintas.
-
Colaborar con medios, proyectos periodísticos e iniciativas de verificación que apuestan por los matices y ayudan a explicar la realidad sin sensacionalismo.
Las ONG no son espectadoras neutras del clima de polarización: forman parte del escenario que lo puede agravar… o ayudar a desactivarlo.
Conclusión: polarización alta, responsabilidad compartida
El diagnóstico no es cómodo: vivimos en una sociedad atravesada por una polarización ideológica y afectiva intensa, con un panorama mediático que tiende a amplificar el conflicto, premiar el enfado y castigar los matices. Las ONG no están fuera de ese paisaje: lo habitan, lo sufren… y, a veces sin querer, también pueden contribuir a reforzarlo.
Al mismo tiempo, hay un dato que conviene no perder de vista: una parte importante de la ciudadanía sigue viendo en las organizaciones sociales un posible antídoto frente a esa división. No porque tengan todas las respuestas, sino porque están cerca de las personas, acompañan procesos largos y trabajan con realidades que no caben en un tuit. Ese es, precisamente, nuestro principal activo.
Para quienes trabajan en fundraising y comunicación, este contexto añade una capa de responsabilidad. No se trata solo de captar fondos o de lograr que un mensaje funcione mejor que el anterior, sino de preguntarse qué tipo de conversación estamos alimentando cada vez que lanzamos una campaña o elegimos una historia. ¿Reforzamos el marco de “ellos contra nosotros” o abrimos espacios para un “nosotros” más amplio? ¿Simplificamos la realidad hasta convertirla en caricatura o damos al público elementos para entenderla mejor?
La polarización no se va a desactivar con una campaña brillante ni con un cambio de tono puntual. Pero sí podemos decidir no jugar al mismo juego que quienes se benefician del enfrentamiento permanente. Podemos elegir comunicar desde los valores compartidos, cuidar el lenguaje, revisar las narrativas que usamos desde hace años y tejer alianzas con quienes, desde el periodismo y otros ámbitos, también apuestan por la complejidad.
El Desayuno AEFr sobre polarización no cerró el debate; más bien lo abrió. Dejó claro que el sector social tiene margen de maniobra y que, si quiere ejercerlo, deberá mirar de frente sus propios hábitos comunicativos y su manera de contar el mundo. En última instancia, cada pieza de comunicación y cada estrategia de fundraising pueden ser una mínima contribución a la crispación… o una pequeña inversión en una conversación pública más habitable.
